Déjenme si estoy llorando

Imagen: Facebook Fifa World Cup

Cambio el escenario y los protagonistas, pero la historia sigue teniendo el mismo final, solo modificamos algunos capítulos, ahora la sensación fue más dulce, la miel en los labios saboreaba un domingo histórico, creíamos que el destino tenía preparado un desenlace diferente, pero la realidad vuelve a ser cruda y contundente.

Y aunque existen más preguntas que respuestas, en este momento solo trato de encontrar sensatez, sin aceptar justificaciones que en nada sirven para cicatrizar las heridas.

El balance deportivo encuentra severas deficiencias en el accionar colectivo de un equipo de futbol, desmenuzando el funcionamiento de los nuestros los errores se volvieron a reflejar en lo mental, y no en lo futbolístico, la orilla se vio tan cerca, que el dolor es aún mayor.

Otra vez encuentro los mismos argumentos que cada cuatro años martirizan mi decepción, pero de qué sirve ahogar mi amargura, si las explicaciones en nada suavizan el dolor.

Podemos criticar y señalar los errores que en lo individual provocaron la reacción de un equipo ausente la mayor parte del partido, pero lejos de puntualizar las fallas que permitieron el despertar holandés, la desestabilidad emocional de los mexicanos sigue siendo nuestra pesadilla.

La sensación de la eliminación es la misma para los mexicanos, que si el clima, que si los penales, que si el árbitro, que si el reloj, los argumentos es lo de menos, se perdió y nada ni nadie puede consolar el dolor, de nada sirve ahora buscar culpables, la historia sigue siendo la misma, con episodios de dulzura y un despertar amargo.

Finalmente la epopeya tricolor desembarca en un puerto conocido, la ronda de cuartos de final sigue siendo la estación preferida de los nuestros, y aunque siempre hay lecciones que aprender y momentos que disfrutar, la eliminación duele y tardara en sanar.

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