México. – El tenor mexicano Javier Camarena (1976) regresa a Guanajuato, a recorrer sus callejones como cuando era estudiante de música, a saludar a la gente, a recordar que aquí conoció a su esposa y nació su hija Diana hace 15 años.
Sin embargo, también admite que le duele la violencia que enfrenta el estado y el país.
“Salía a caminar con mi esposa. Recorríamos desde el Paseo de la Presa, que es donde estaba la Escuela de Música, hasta a la Alhóndiga y San Javier. Son muchos recuerdos. Un dicho apunta que uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida y es cierto. Hay mucho amor en Guanajuato. Es bonito y emocionante volver”, afirma.
“Mi vida aquí me enriqueció como estudiante y como persona. Había días que no tenía dinero para comer y la señora de la tienda nos fiaba. Luego, cantaba en fiestas para pagar mis deudas. Fueron experiencias muy bellas”, detalla en entrevista.
Agrega que está consciente de la realidad de México. “Pero esa no es la parte que quiero mostrar al mundo. Mi compromiso no es subrayar cada día las cosas que están mal. Lo que deseo es que cada quien, desde su trinchera, haga lo mejor posible lo que sabe para mejorar la situación del país. Esto no depende de una sola persona o de un solo gobierno, sino de todos y cada uno. Las cosas deben mejorar desde uno mismo”.
El cantante acepta que la violencia es triste. “Pero lo que nos toca como artistas es seguir trabajando y demostrando que la madera de la que están hechos los mexicanos es muy valiosa, y que siempre hay opciones para realizarte. A través del ejemplo de lucha, de trabajo y constancia se pueden hacer cambios en la conciencia de la gente”.
Tras sus recientes presentaciones en Monterrey, Guadalajara y Los Ángeles, Camarena clausura esta noche el Cervantino 47 con un recital integrado por arias, zarzuelas y canciones mexicanas; lo acompañarán la soprano Karen Gardeazabal y la Filarmónica de Acapulco, bajo las batutas de Eduardo Álvarez e Iván López. La función en la que interpretará piezas desde María Grever, José Alfredo Jiménez y Agustín Lara, hasta las canciones que hiciera famosas José José, arias de Donizetti, Rossini y Shostakóvich y música caribeña, incluyendo la bachata, se llevará a cabo a las ocho de la noche en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas.
Quien está considerado como una de las voces más destacadas de la ópera en el mundo confiesa que su voz no es la misma que cuando comenzó hace 15 años, que ha evolucionado.
“Sí noto grandes diferencias respecto a lo que hacía. Hoy, lo más complicado es ir redescubriendo mi voz por los cambios que voy teniendo como ser humano. El ir readaptándome a eso es difícil. Si bien las bases técnicas están ahí, los cambios físicos y la evolución muscular que va teniendo el aparato de fonación siempre representa un reto constante, porque al final tienes que adaptarte a ellos”, explica.
El músico considera que su voz va hacia roles más dramáticos. “Mi idea es seguir trabajando en este repertorio unos años más. Deseo tener más profundidad en el repertorio francés, eso lo haré los próximos cinco años: Romeo et Juliette, Manon, Fausto son títulos que ya están en calendario y que son un reto”, añade. Quien este año logró bisar siete veces consecutivas un aria de La hija del regimiento de Donizetti en la Metropolitan Opera House de NY, piensa que este triunfo de los latinoamericanos, y en especial de los mexicanos, se debe a su sangre latina.
“Crecemos en una cultura musical enfocada a cantarle al amor que duele. Estamos acostumbrados a ello y la ópera tiene mucho de eso. Sabemos esta parte del amor pasional, apasionado. Eso influye en la forma de decir las cosas a la hora de cantar. Es uno de los grandes plus que tienen los cantantes latinoamericanos”, indica.
El experto en repertorio de Mozart aclara que lo que ahora no haría es participar en una producción de ópera que no le gusta o en la que no cree. “En un principio, uno tiene que hacer de todo. Pero ahora tengo la fortuna de rechazar oportunidades de trabajo y seleccionar papeles que deseo interpretar”.
Ante esto, recordó que en 2007, en un teatro de Basilea, le tocó cantar “un papel minúsculo” en Don Carlo. “Me iban a pagar un poco y fui. Mi personaje debía estar desde el principio hasta el fin de la obra arriba del escenario y debía cantar con un megáfono. El escenario estaba lleno de tierra de planta y debía hacer una cantidad de estupideces con los personajes principales, presenciar desnudos y gente matándose. Esa producción no tenía ningún punto. Eso es lo que ya no haría”, comenta.
Dice que la suya es una carrera complicada. “Muy demandante, se requiere talento e inteligencia. Quienes están con los objetivos puestos en la fama, tarde o temprano serán infelices. Esta posibilidad de hacer música debe ser algo espiritual, que te llene siempre”. Destaca que le agrada constatar que la ópera sigue conmoviendo. “Que la gente se exalte es lo que más disfruto. Hago bis cuando el público lo pide. Lo que más me satisface es que el espectador se vaya involucrando, vaya viviendo; ver el poder de la música en la gente”.
Por ello, prosigue, siempre trata de derrumbar los tabúes alrededor de la ópera. “Que es aburrida, que no se le entiende, que es música para ricos o viejitos, para conocedores. La ópera es un espectáculo. Al igual que disfrutas un musical como Mama mía o una película como El rey león, puedes gozar El elíxir de amor o Tosca.
“Hay gran variedad de géneros y estilos, como en el cine. Hay que darse la oportunidad de conocer. La ópera debe presenciarse, vivir en el teatro, no hay otra manera de valorar el trabajo que implica. Hay que sentir la reacción colectiva”, concluye.
Adelanta que comenzará el 2020 cantando el papel de Ramiro de La Cenicienta, en la Ópera de Zúrich.
Con información de Excélsior.