MUNDO.- Vienen con drones e instrumentos de alta precisión. Con la ayuda de satélites, analizan las emisiones de gases y el magma. En el terreno, recogen de todo, desde las partículas más pequeñas hasta «bombas de lava» del tamaño de una sandía que una de las fuerzas más poderosas de la naturaleza despide como proyectiles incandescentes.
Aprovechando que en La Palma, una de las Islas Canarias, se produce una erupción volcánica a una hora de un aeropuerto internacional y que se puede estudiar con la seguridad que proporciona el ser escoltados por brigadas militares, científicos de todo el mundo están llegando a este punto del océano Atlántico. Lo hacen con las tecnologías más avanzadas para estudiar el volcán desde tierra, mar, aire – e incluso el espacio.
Como sucede con dos docenas de grandes erupciones actuales en todo el planeta, desde Hawái hasta Indonesia, el objetivo en La Palma es aprovechar una oportunidad única para comprender mejor los volcanes: cómo se forman, cómo evolucionan y, lo que es más importante para los isleños, cómo y cuándo concluyen las erupciones.
A pesar de los avances tecnológicos y científicos, sin embargo, hay un límite para lo que los expertos pueden descifrar acerca de lo que sucede en el mundo subterráneo donde se forma el magma y todo equipo se derrite. Lo más profundo que los humanos han podido penetrar la tierra es apenas 12 kilómetros (7,6 millas), algo que los soviéticos hicieron en 1989.
«Se ha avanzado muchísimo a lo largo de los últimos 30 o 40 años en el entendimiento de los procesos geológicos, los procesos evolutivos, pero sigue estando esa dificultad: que es muy difícil saber a ciencia cierta qué es lo que ocurre a 40 u 80 kilómetros de profundidad», expresó Pedro Hernández, experto de Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan).
«Posiblemente estamos conociendo más de las estrellas que de lo que ocurre debajo de nuestros pies».
Las erupciones volcánicas en el archipiélago de las Canarias, que se encuentran 100 kilómetros (62 millas) al noroeste de África, suceden una, a lo mucho dos veces en una generación. Algunas de las islas siguen creciendo por la acumulación de magma bajo tierra y, como sucede en La Palma, por la formación de penínsulas de lava más allá de la zona costera, conocidas como fajanas.
La última erupción, ocurrida hace una década en El Hierro, isla al sur del archipiélago, se produjo frente a la costa, lo que dificultó a los científicos la obtención de muestras para estudiar. La anterior erupción terrestre tuvo lugar en La Palma, en 1971, el año en que nació Valentín Troll, experto en rocas de la Universidad Uppsala de Suecia y coautor de un estudio geológico del archipiélago.
«Ha sido algo realmente asombroso ver esta dinámica en acción», declaró el geólogo, que dice que comparar datos de erupciones previas a la de 1971 implica estudiar registros de épocas en las que ni siquiera existía la fotografía. Esta vez es distinto: «Estamos aprendiendo mucho acerca del funcionamiento de los volcanes», señaló.
Cuando se empezó a acumular el magma en las profundidades de la cordillera Cumbre Vieja de La Palma, los científicos midieron la deformación de la superficie, las concentraciones de temblores conocidas como enjambres sísmicos y otros signos de una erupción inminente. No pudieron pronosticar el momento exacto de la erupción, pero la información recabada hizo que las autoridades comenzasen las primeras evacuaciones horas antes de la primera explosión, el 19 de septiembre.
Si bien un hombre falleció en noviembre, al caerse de un techo mientras limpiaba ceniza volcánica, no ha habido hasta la fecha muertes asociadas directamente con la erupción.
Ello se debe en buena medida a la nueva tecnología, que permite a los científicos desde asomarse a lo que pasa en la caldera del volcán hasta hacer pronósticos con algoritmos a través de supercomputadoras.
El programa satelital Copernicus de la Unión Europea produjo imágenes de alta resolución y mapeó la isla para rastrear deformaciones provocadas por los temblores, realizó seguimiento del avance de la lava y la acumulación de cenizas casi en tiempo real. Sus expertos también han podido observar cómo grandes columnas de dióxido de azufre, un gas tóxico, viajan largas distancias por el norte de África y la parte continental del Europa, llegando incluso al Caribe.
En el mar, los científicos estudian desde embarcaciones el impacto de las erupciones en el ecosistema marino por la llegada de lava que se aleja de la costa.
El próximo gran paso para la volcanología sería el uso de aparatos electrónicos como los empleados en la Luna o en Marte, según Troll, quien cree que el empleo de esos «rovers» podría ayudar a reconstruir esta isla dependiente del turismo.
«Tenemos que aprender a proteger la población y esta creciente industria para crear una sociedad en la isla que pueda ser sostenible», manifestó.
A pesar de sus limitados recursos, Involcan ha producido informes diarios que ayudan a los organismos de protección civil de La Palma a decidir si evacuar o imponer confinamientos a la población cuando las concentraciones de gas se tornan demasiado tóxicas. Esto implica analizar terabytes de información de detectores automáticos colocados en lugares estratégicos y de muestras obtenidas en el terreno.
El principal objetivo de los científicos es pronosticar el impacto del volcán en una comunidad que ya ha perdido miles de viviendas, granjas, carreteras, canales de irrigación y plantaciones de plátanos. Pero cuándo terminará la erupción es la pregunta que los persigue desde el primer día.
Hernández dijo que serán necesarias al menos dos semanas de una disminución constante de las deformaciones del suelo, de las emisiones de dióxido de azufre y de la actividad sísmica para determinar si la actividad volcánica está cesando.
Esteban Gazel, geoquímico de la Universidad Cornell de Nueva York, dijo que las Islas Canarias están muy estrechamente comunicadas con la actividad que se registra en el centro de la tierra, lo que hace que resulte más duro hacer pronósticos.
«Es como tratar a un paciente», manifestó. «Puedes ver cómo evoluciona (la erupción), pero saber cuándo concluirá es muy difícil».
En La Palma, Gazel recolectó pequeñas partículas que transporta el viento largas distancias como parte de un proyecto financiado por la NASA, lo que podría ayudar a minimizar el riesgo si se produce una erupción catastrófica que degrade la calidad del aire e influya en el clima. Paralelamente, otro programa analiza el volumen de gases que hacen que una erupción resulte más o menos explosiva.
Gazel, quien estudió erupciones en su Costa Rica natal, también tiene experiencia en el terreno investigando el volcán activo Kilauea en Hawái. Pero dijo que la erupción de La Palma le dio una nueva dimensión a su trabajo por las diferentes composiciones de las rocas y el fácil acceso a la zona de exclusión del volcán.
«Cuantas más erupciones estudiemos, más vamos a saber acerca de su comportamiento», manifestó.
Con información de AP