Convertida en un mito que sobrepasa el estrecho círculo de los amantes de la ópera, María Callas fue una soprano absoluta, de portentosa voz, capaz de los matices y colores más insospechados, con personal forma de abordar la interpretación de los personajes en escena.
Ciudad de México.- María Anna Sofia Cecilia Kalogeropoulos (Nueva York, 1923 – París, 1977), es la cantante de ópera más célebre del siglo XX y lo que va del actual. Es una de las más grandes vendedoras de discos de la historia en el género y su discografía ha sido adquirida recientemente por la casa Warner.
El estilo de María Callas revolucionó los usos y costumbres de los grandes divos y divas de su tiempo, mucho más estáticos en sus movimientos. Logró revivir un repertorio que incluso hacía décadas que no se ejecutaba en ningún teatro del mundo.
A la gestación del mito, ayudaron, en buena medida, su desdichada vida amorosa, su prematuro retiro y la causa de su muerte envuelta en el misterio. Callas, la artista y María la mujer no pueden ser disociadas por mucho que ella lo afirmara continuamente y es que los acontecimientos que marcaron su vida privada tendrían exacto reflejo en su carrera como cantante.
María Callas es sin duda una de las personalidades artísticas más fascinantes. Con un talento musical y dramático excepcional, en cada una de sus interpretaciones, muchas de ellas registradas en disco y algunas en video, logra transmitir intensas emociones muy por encima de la simple belleza vocal.
De ascendencia griega, nació en Nueva York el 2 de diciembre de 1923. Debido a la separación de sus padres, la familia volvió a Grecia. La infancia de María estuvo marcada por la mala relación con su madre quien le recordaba sus complejos físicos, el sobre peso y la obsesión por convertirla en artista. La Divina pasó su vida tratando de compensar la falta de amor en su familia, entregándose sin suerte a dos hombres con los que no logró la felicidad.
En Atenas, comenzó sus estudios y muy pronto vendrían los primeros éxitos. Con apenas 20 años debutó en la ópera de su patria. Pero sería a partir de 1947 cuando inició la construcción de una gran carrera mundial. En 1949, contrajo matrimonio por la religión católica con Giovanni Batista Meneghini, empresario 30 años mayor que ella y que resultó, más una figura de padre que de esposo y amante. También fue su representante y quien la ayudó a diseñar una trayectoria estelar.
En su debut en el papel de “Norma”, al terminar el primer acto de la ópera, la desilusión del público era muy grande al no gustar su voz; decían que sonaba demasiado extraña para los cánones de la era. Consideraban tenía momentos “feos y desagradables”. Ante la fría recepción, la Callas decidió terminar el terceto del segundo acto con un “Re bemol” nota que no está escrita en la partitura, consiguiendo una enorme ovación del público. Eso provocó un cambió en la actitud del público, que desde ese momento la glorificó.
En mayo de 1950, de gira por América Latina, María Callas cantó en México en el Palacio de Bellas. Ante una enorme expectativa generada por el despliegue publicitario de “La voz de Italia” visitando el país, la gente agotó el boletaje para escuchar a la desconocida soprano “de portentosa voz dramática y excepcional facilidad para los agudos”.
Desafiando a la crítica internacional, cantó un Mi Bemol al final del segundo acto de la ópera “Aída” de Verdi, tal como lo hiciera la mexicana Ángela Peralta. Esa nota tampoco está escrita en la partitura. El público enloqueció ante el sonido sobreagudo que, aseguran, aún resuena en el teatro a 68 años de distancia. La hazaña se repitió en 1951 y 1952.
Mientras “La Divina” continuaba asombrando en los escenarios de todo el mundo, sucedió algo fundamental en su biografía. En 1954 decidió adelgazar, perdiendo casi 40 Kg en unos meses. Su voz pronto se resentiría de esto y no obstante, hasta 1962 fue la reina indiscutible de la catedral mundial de la ópera: El Teatro alla Scala de Milán.
En 1959, conoció a Aristóteles Onassis durante unas representaciones de “Medea” en el Covent Garden de Londres. El magnate invitó al matrimonio Meneghini-Callas a un viaje por el Mediterráneo a bordo del yate “Cristina”. Ahí la sedujo convirtiéndose en su único y gran amor de la vida. La pasión fue tal que se retiró de los escenarios para dedicarse al millonario. Sólo tenía 36 años. En 1965 anunció su retiro de los escenarios a consecuencia de su frágil salud. De hecho, tuvo que abandonar una de las últimas funciones de “Norma” en París a causa de la baja presión arterial.
Onassis marcó el destino de María. Nunca cumplió su promesa de casarse con ella, aún cuando ella se divorció y abandonó la religión católica. La boda de Onassis en 1968 con Jackie Kennedy, y sobre todo su muerte en 1975, sumieron a María en una profunda desesperación y depresión.
Todavía en 1974, realizó junto al tenor Giuseppe Di Stefano una gira de conciertos por Europa, Estados Unidos y Lejano Oriente. En esos años se dedicó también a la enseñanza musical en la Juilliard School y filmó una película dirigida por Pier Paolo Pasolini: “Medea” pero sin música y con doblaje de su voz.
Su muerte a los 53 años, el 16 de septiembre de 1977, a causa de un ataque cardíaco, dejó un hueco en el mundo de la lírica que ninguna otra soprano ha sido capaz de ocupar.
María Callas continúa generando hoy en día controversia entre los aficionados a la ópera, algunos la veneran como artista completa, otros en cambio no perdonan sus imperfecciones, sus cambios de registro o de color.
La Divina cambió profundamente la forma de cantar ópera. Norma, Traviata, Medea, Lucia y Tosca o nunca volverán a ser cantadas como lo hiciera María Callas.
Redacción.