Ciudad de México.- Por hacer un periodismo combativo, Ignacio Ramírez (1818-1879) cayó preso siete veces. La más célebre, cuenta su tataranieto, Emilio Arellano, a causa de un texto publicado en 1848 en el diario que él fundó en Toluca, Themis y Deucalión, titulado A los indios, en el que les hizo un llamado a las armas para luchar contra la marginación de las que eran víctimas aún en el México independiente.
“Vosotros podéis hacer mucho, ¿no fuisteis los compañeros de Hidalgo? ¡Volved los ojos al Monte de las Cruces y alentaos!”, dice en aquel ensayo que aparece en sus Obras completas, recopiladas por Boris Rozen y David R. Maciel -que editó en siete tomos el Centro de Investigación Científica Jorge L. Tamayo en 1990.
“No tenía pelos en la lengua”, dice el escritor Paco Ignacio Taibo. “Era capaz, defendiendo lo que él consideraba sus principios y las causas justas, hasta de pelearse con sus mejores amigos”.
La generación de los liberales, particularmente Ignacio Ramírez, Francisco Zarco y Guillermo Prieto, eran grafómanos, escribían todo el día, agrega Taibo.
“En Patria (su trilogía histórica editada por Planeta) publiqué el registro de que fundó cerca de 30 periódicos, porque los liberales eran errabundos. Durante la Guerra de Reforma y la Guerra contra el Imperio se vieron obligados a moverse por el país, por estar vinculados al combate. Buscaban lugares donde había cierto espacio, sin censura ni persecución. Se crecían como periodistas, en un país con bajísimos índices de lectura, donde además tenían que escribir mientras corrían”, comparte el historiador.
Ignacio Ramírez peleó en la Batalla de Padierna contra el ejército estadounidense; participó en la guerra civil de Reforma, en contra de la intervención francesa, y fue parte del Congreso Constituyente. Jamás dejó de escribir y publicar mientras tanto.
“Por su pluma, Santa Anna, el general Paredes y el mismo Juárez lo mandaron a prisión”, comenta Arellano.
Su trayecoria como periodista perseguido comenzó a sus 27 años, en 1845, cuando fundó su primera publicación periodística, Don Simplicio, con Guillermo Prieto, Manuel Payno y Vicente Segura Argüelles. Fue en esas páginas donde firmó por primera vez con su atávico seudónimo: El Nigromante.
Le seguirían otros pasquines de corta vida, como Temis y Deucalión, La Chinaca, El Clamor Progresista, El Correo de México, El Mensajero, La Estrella del Pacífico, La Insurrección, y el boletín científico -pues también era un estudioso de la botánica y las matemáticas- La sombra de Robespierre, entre otros.
A pesar ser perseguido por su ejercicio, el periodismo fue para él el espacio de libertad por excelencia para defender otras libertades. Entre ellas la de culto, aunque era un ateo declarado.
“Se manifestó contra la cultura de la intolerancia que desde la Conquista impuso la idea que solamente había una religión. Decía que las democracias deben ser laicas porque los fanatismos religiosos evitan la libertad de pensamiento”, explica Patricia Galeana, directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones.
“La opinión de un ateo no le va a costar el trono a Dios, ni la opinión de un clérigo va a derrocar la Constitución”. Esta frase de El Nigromante, dice Emilio Arellano, resume su postura.
Arellano es autor de los libros Memorias prohibidas y La nueva República, editados por Planeta, que escribió a partir de un archivo familiar integrado por cerca de 15 mil documentos y fotografías, entre otros materiales, y que actualmente pertenece a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.
De acuerdo con el escritor, Ramírez era capaz de dejarse matar por defender sus ideas.
“Se quedó sin trabajo más de 150 veces y aunque los conservadores le decían, ‘desístase y lo reinstalamos’, nunca se desdijo de sus publicaciones”.
Visionario precoz
El Nigromante era un sabio, sintetiza Patricia Galeana. Hijo de indígenas, fue además de periodista, escritor, abogado, funcionario público e investigador; hablaba latín, francés, sánscrito y náhuatl.
Ingresó en la Academia de Letrán, con tan solo 19 años. Se ganó el asiento con una ponencia que desafió el convencionalismo de su tiempo: “No hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, comenzaba.
Galeana recuerda que fue un escándalo, pero como era un gran orador, hasta los más conservadores lo vitorearon. “Los hermanos Lacunsa (fundadores de la Academia) dijeron: ‘Voltaire no lo habría hecho mejor’”, comenta la historiadora. Ese discurso llegó a ser tan célebre que Diego Rivera hizo una alusión a él con la frase “Dios no existe”, que aparece en su mural La creación.
En el siglo XIX los liberales tuvieron un papel fundamental para los ideales democtráticos de México, dice el historiador chicano David Maciel. “Dentro de esa generación estaban Melchor Ocampo, Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Zarco y el más fascinante: El Nigromante, un hombre adelantado que abogaba por el divorcio, que sostenía que si no se educaba a la mujer, el país no progresaría, y que defendía a los indígenas”.
Cultivó el perioriodismo hasta el final. Si bien su trayectoria culminó en el servicio público -como presidente de la Suprema Corte de Justicia-, La República, el último periódico que publicó, data de 1879, el mismo año en que murió, un 15 de junio.
A causa de un edema cerebral, falleció en su casa. Lo acompañaban Ignacio Manuel Altamirano, su hermano y su madre. Tenía 60 años. Emilio Arellano cuenta que la familia era tan pobre, que el féretro fue una caja hecha con madera que le donaron. “El pueblo, al que siempre defendió”.
Este viernes se cumple el bicentenario del nacimiento de Ignacio Ramírez El Nigromate, y se celebrará a lo largo de la semana en su natal San Miguel de Allende y en la CDMX. El pasado sábado se le rindió un homenaje en la Rotonda de las personas ilustres, donde se encuentran sus restos desde 1938.
Con información de: El Financiero